Tartalo y los dos hermanos
El siguiente relato, recogido por J. M. de Barandiaran en su «El mundo en la mente popular vasca», es parecido al del cíclope de Homero, aunque con la variante del anillo parlante. Entre las hipótesis que se barajan sobre esta leyenda, hay una que señala que los marinos vascos pudieran haber tenido relaciones con los marinos griegos y haberla traído así a nuestra tierra.
Dos hermanos que regresaban a Zegama, en Gipuzkoa, después de un largo viaje, se perdieron y, tras mucho caminar, encontraron una cueva en la que se refugiaron para pasar la noche.
Poco tiempo después apareció Ttarttalo con sus ovejas y, entrando en la cueva, cerró la entrada con una enorme piedra. Al darse cuenta de la presencia de los dos hermanos, fijó en ellos su único y terrible ojo y dijo al mayor:
—Tú, para hoy.
Y al otro:
—Tú, para mañana.
Y, diciendo esto, cogió al mayor, lo atravesó con un asador y lo puso al fuego; luego se lo comió ante los aterrorizados ojos del hermano menor. Antes de echarse a dormir, colocó en el dedo anular del joven un anillo hablador que a la pregunta: “¿Dónde estás?”, invariablemente respondía: “¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy!”
—Así sabré dónde estás en todo momento —dijo el gigante, y se quedó dormido.
Durante un buen rato, el joven no supo qué hacer. Desesperado, daba vueltas dentro de la cueva, esperando encontrar un lugar por el que huir, pero únicamente había una salida posible, que estaba tapiada por una enorme piedra que él solo era incapaz de mover.
De pronto, tuvo una idea genial. Cogió el asador, lo calentó al fuego y se lo clavó a Ttarttalo en su único ojo. El gigante lanzó un grito espantoso y se arrancó el asador.
—¡Me has dejado ciego, miserable! —gritó—. ¡Voy a destrozarte con una sola mano!
Ttarttalo, furioso, empezó a buscar a tientas al joven, que corría de un lado para otro, evitando los manotazos del gigante. Al no poder encontrarlo entre las ovejas y las pieles, Ttarttalo movió la roca que tapaba la entrada de la cueva e hizo pasar a las ovejas una a una entre sus piernas. El joven, cubierto con una piel de oveja, también pasó y, al verse fuera, empezó a correr tan deprisa como pudo.
Al darse cuenta de que su presa había escapado, el gigante recordó el anillo y gritó:
—¿Dónde estás?
—¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy! —contestó el anillo.
Guiándose por la voz del anillo, Ttarttalo echó a correr detrás del joven. Cada una de sus zancadas equivalía a diez pasos del pobre mozo, que veía cómo se le acercaba más y más, pero continuaba corriendo mientras intentaba sacarse el anillo del dedo, sin conseguirlo. A punto de desfallecer, el joven sacó un pequeño cuchillo de monte que llevaba en la bota y se cortó el dedo, tirándolo a un pozo con anillo y todo.
—¿Dónde estás? — Ttarttalo gritó una vez más:
—¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy! —respondió el anillo desde el fondo del pozo.
Y Ttarttalo, el cíclope monstruoso que aterrorizaba la región, cayó al pozo y se ahogó. Desde entonces, ningún otro de su especie ha vuelto a aparecer por Zegama ni por los pueblos vecinos, aunque nadie se acerca demasiado a Ttarttaloetxe, por si acaso.