¡OJALÁ SE LA LLEVE EL DIABLO!
Hace mucho tiempo, en una época muy antigua, en un caserío de Mithirina, en Behenafarroa, estaban todos muy ocupados desgranando el maíz recogido aquel mismo día.
Al darse cuenta de que se había olvidado el rastrillo de dos dientes en el campo y de que lo necesitaba para dividir el maíz, el criado del caserío dijo:
—¡Diez céntimos a quien me traiga el rastrillo!
—¡Prepara el dinero! —exclamó rápidamente un moza que también servía en el caserío—. Yo misma iré a buscar tu rastrillo.
Y salió corriendo de la casa, No habían transcurrido ni cinco segundos cuando el criado sintió haber ofrecido aquel dinero, y pensó:
—¡Ojalá se la lleve el diablo!
En ese mismo instante se oyó un grito angustioso. Todos los de la casa salieron a ver cuál era la causa, y vieron, horrorizados, que la joven pasaba por encima del tejado llevada por algo o alguien que nadie podía ver.
Al pasar por encima del patio del caserío, la joven dejó caer el rastrillo.
—¡Ahí tienes el rastrillo! —le gritó al criado—. ¡A mí me lleva el diablo!
Después de los vecinos de Mithirina, los de Inhurria corrieron, tratando de alcanzar a la desafortunada muchacha, y corriendo llegaron hasta Larzabale sin aire en los pulmones, pero, allí, los vecinos de aquel pueblo siguieron detrás de la moza, y así de pueblo en pueblo, hasta más allá de Mendibe.
Al pasar por encima de la ermita de Salbatore, la joven gritó:
—¡Salbatore! ¡Salbatore! ¡Ayúdame!
Nada más decir estas palabras empezó a descender suavemente hasta tocar tierra. El diablo que la llevaba había desaparecido.