MUNTXARAZ
Abadiño, Bizkaia
En el «Diccionario geográfico-histórico del Reino de Navarra, Señorío de Vizcaya y provincias de Álava y Guipúzcoa», editado por la Academia de la Historia (Madrid, 1802), al referirse a la localidad de Abadiano dice: “Entre las casas solares de esta anteiglesia se distingue la de Muntxaratz, cuyo dueño, Pedro Ruiz, casó con la infanta de Navarra, doña Urraca, según aparece en su testamento, fecha 2 de octubre de 1212”.
Según otras noticias recogidas por R. Mª deAzkue, doña Urraca, infanta de Nafarroa, estuvo casada a finales del siglo XII con el señor de Muntxaratz y, al morir éste, huyó, sin que se supiera adonde fue.
J. M. de Barandiaran recogió al respecto la siguiente leyenda.
En Bizkaia, en la población de Abadiño, se encuentra la casa-torre de Muntxaratz, que fue muy importante en la Edad Media.
El dueño de la torre de Muntxaratz, Pedro Ruiz, tuvo conocimiento de la siguiente proclama del rey de Nafarroa:
—Daré mi hija Urraca en casamiento a quien venza en lucha al negro que vive en mi corte.
Pedro Ruiz pensó que ya era hora de tomar esposa, y la posibilidad de que ésta fuera infanta de Nafarroa no le desagradó en absoluto. Cubierto con una armadura completa y montado en el mejor de sus caballos, salió hacia la corte seguido de algunos de sus mejores hombres, que llevaban sus armas y regalos para el rey y para la infanta.
Tardaron bastantes días en llegar, pero, en cuanto lo hicieron, el señor de Muntxaratz retó al negro del rey. El duelo causó una gran expectación, pues no había habido nadie lo suficientemente osado como para retar a aquel gigantón negro, cinco veces más fuerte que el más fuerte de los hombres.
La lucha fue feroz, pero el de Abadiño era astuto y también valeroso, y acabó derrotando al luchador real. Tal y como el rey había prometido, el vencedor se casó con la infanta.
Después de la boda y de los festejos, que duraron varias semanas, los recién casados emprendieron el camino de vuelta a la torre de Muntxaratz, en donde se establecieron definitivamente.
Tuvieron dos hijos: un varón, Ibon, y una hembra, Mariurraca. El chico era el mayor de los dos y, por lo tanto, a él le correspondía heredar la torre y las tierras.
Mariurraca, sin embargo, deseaba todo aquello para ella, y no podía evitar sentir un gran odio hacia su hermano, odio que iba aumentando a medida que los jóvenes crecían.
De acuerdo con una criada, Mariurraca trazó un plan para librarse de Ibon. Organizó una excursión al monte Anboto y llevó una cesta llena de manjares y buen vino. Entre risas y bromas, las dos mujeres consiguieron que Ibon comiera y bebiera mucho más de lo acostumbraba, de forma que, a la hora de la digestión, se quedó profundamente dormido.
Era el momento que la hermana y la criada esperaban; lo agarraron y lo arrojaron peñas abajo.
Las dos regresaron corriendo a la torre y, entre llantos y lamentos, contaron cómo el joven Ibon se había tropezado con una piedra y había rodado peñas abajo matándose.
El padre organizó una batida para buscar el cuerpo de su hijo, pero fue imposible hallarlo. El Señor de Muntxaratz y su mujer lloraron con dolor la pérdida de su heredero, pero se consolaron pensando que aún les quedaba una hija.
La joven asesina pensaba disfrutar de su futura herencia como única propietaria, pero aquella misma noche empezó a tener terribles pesadillas. Soñaba que veía caer a su hermano cientos y cientos de metros pero que, cuando el cuerpo llegaba al suelo, Ibon se levantaba y reía a carcajadas, luego comenzaba a trepar por las rocas en su busca... Entonces se despertaba, bañada en un sudor frío de muerte.
Poco a poco fue adelgazando y empalideciendo, hasta parecer ella misma una muerta.
Todos achacaban su rara enfermedad a la pena por la pérdida de su hermano y trataban de animarla para que se recuperase, hasta que, una noche, aparecieron en Muntxaratz los ximelgorrio genios diabólicos, que se la llevaron volando por los aires.
Dicen que Mari la castigó a vagar sin descanso por la Tierra para toda la eternidad por el crimen que había cometido.