MARUJA MARICASTAD
MARUJA MARICASTAD
Aquel viernes era un gran día para Mari Miguel, una adolescente de cierto pueblecito a orillas de la ría de Gernika, y lo era porque esa noche, en el akelarre de Berdelanda, iba a ser proclamada bruja.
Todo comenzó cuando años atrás, una tía suya la despertó una madrugada, cuando estaba durmiendo es su cama, y le susurro al oído:
- ¡Anda, levántate y vente conmigo, que esta noche nos vamos a
divertir muchísimo!
Y, sin más, se cargó a la pequeña sobre su espalda y salió volando por la ventana de la alcoba. Cruzaron sobre valles, montes y pueblos y, aunque era invierno y sólo llevaba una camisa de dormir, la sorprendida y admirada Mari Miguel no sintió el menor frío.
Llegaron a un lugar desconocido, una campa en la que no había árboles, salvo un espino verde muy grande, y allí deposito la tía suavemente a su sobrina en el suelo, junto a otras niñas y niños de su misma edad, le tendió una varita de mimbre y le ordenó:
- ¡Anda, pequeña, estate aquí con estos niños cuidando ese rebaño de
sapos, hasta que yo vuelva a recogerte!
Mari Miguel nada opuso. Tomó el mimbre y se sentó sobre la hierba, junto a otros pequeñuelos que, en efecto, parecían cuidar un puñado de sapos, que mantenían agrupados empujándolos cada uno de ellos con su correspondiente mimbre. Luego se dedicó a observar, con los ojos abiertos, pero sobre todo jovencitas, aunque también a algunos hombres, alrededor de una silla en la que estaba sentado un personaje horrible, en parte con figura de hombre, en parte con aspecto de macho cabrío. Este individuo, al que todos llamaban Gran Diablo, tenía tres cuernos sobre su frente, dos grandes y uno más pequeño en medio, y con éste más pequeño alumbraba toda la reunión con una luz desconocida y un tanto mortecina
Las congregadas y congredados, uno detrás de otro, principiaron por besarle la mano al horroroso diablo, para acto seguido, depositarle otro beso en su negro y sucio trasero. Luego, cuando todos hubieron terminado de besar, se pusieron a bailar en un gran corro alrededor de él, al son de un tamboril, y mientras bailaban se iban quitando todas las prendas que llevaban, hasta quedarse completamente en cueros.
También observó Mari Miguel que, tras el baile, los congregados prepararon unas mesas grandes y se sentaron a comer con ella, lanzando repetidos gestos de admiración por lo delicioso que encontraban aquellos manjares. Pero, la pequeña todavía no lo sabía, tales manjares estaban compuestos de pan negro y carne podrida por unas brujas muertas, que previamente habían desenterrado de sus sepulturas para aquel festín.
Después del banquete, las brujas jóvenes fueron obligadas por el Gran Diablo a hacer reniego, que consistía en repetirle a éste cosas como:
- Reniego de Dios Nuestro Señor y de su Santísimo Sacramento; y de la Virgen Santamaría, Nuestra Señora; y de los demás santos y santas del cielo; y de los sacramentos del bautismo que recibí; y de los padrinos que en él tuve; y de los padres que me engendraron; y prometo adorarte sólo a ti y tenerte por único y verdadero dios, pues sólo tú has de salvarme y darme riquezas.
Concluido el reniego, el Gran Diablo extendió su larga mano, terminada en cinco afiladas garras, y con una de ellas fue marcando a las brujas, a unas en el hombro izquierdo y, a otras en la cabeza, con una pequeña señal que era como un sello, y por las que las hacía suyas. A la vez que las marcaba, el diablo les iba diciendo:
- Ve y haz todo el mal que puedas, y la próxima vez, tráete contigo alguna criatura. Y no entres nunca más en la iglesia, ni reces, ni te santigües, y haz siempre lo que yo te ordene. Y, si por disimulo, o por no delatarte, has de entrar en la iglesia, no tomes agua bendita ni mires derecho al altar. Y si te piden que lleves agua bendita a tú casa, no lo
hagas, sino tómala del primer charco o pozo que encuentres. Y no olvides volver aquí cada noche del lunes, miércoles y viernes.
Seguidamente, a cada una de las nuevas brujas el Gran Diablo les presentó un diablo menor, que dijo que cuidaría de ellas y serían en adelante su marido, y que, abrazándolas con gran confianza, las persuadieron para que tuviesen relaciones sexuales con ellos. Algunas se resistieron al principio, pero otras, y a pesar de su corta edad, no dudaron en entregarse a los caprichos de su nuevo amo, allí mismo y sin la menor vergüenza.
También fornicaron sin el menor reparo las brujas más antiguas, y cuando se cansaron se dispusieron a dar por terminada la reunión. Pero, antes, el Gran Diablo y las brujas más viejas repartieron unos polvos y unas ollas con ungüentos, que todo el mundo se apresuró a recoger como auténticos tesoros.
Tras esto, la tía de Mari Miguel se acercó a su sobrina, la montó nuevamente sobre su espalda y echó a volar por los aires. Pero, a diferencia de a la venida, ahora voló muy bajo, sobre los árboles y sembrados, arrojado los polvo que le habían dado el demonio.
-¡Verás como se pudre todo!- le decía muy contenta a su sobrina, cada vez que lanzaba el veneno-. ¡Verás como se arruinan las cosechas y frutales!
Finalmente, tía y sobrina llegaron a sus casas, y Mari Miguel volvió a encontrase en su cama. Pero esa noche ya no pudo dormir, pensado en todo lo que había visto y oído poco antes. El vuelo se repitió dos noches después y muchas y muchas noches más, durante varios años. Al principio acudía al akelarre a espaldas de su tía, pero luego, al ser más mayorcita, la propia tía le enseñó a untarse con el ungüento que el diablo le daba, y volaba sola. El extraño ungüento, que las brujas mayores guardaban como oro en paño, había que untárselo, sobre todo en los pechos, espalda y muñecas, pero algunas incluso se untaban con él las partes más secretas de su cuerpo, afirmando que aquello les
proporcionaba mucho gusto y placer.
Y, según fue transcurriendo el tiempo, a Mari Miguel también le llegó la hora de hacer el reniego, de convertirse en auténtica bruja y de recibir un diablo por marido, un diablo que le haría suya aquella misma noche, aquel viernes. Pero, para que eso sucediese, también ella habría de llevar consigo a akelarre a alguna criatura. Por eso, al borde de la madrugada, se acercó muy discretamente hasta la cama de su hermanito de seis años, lo cogió en brazos, se lo echo a la espalda y salió volando para el akelarre.
El niño, que dormía como un tronco, no se despertó hasta llegar a Berdelanda y encontrarse en el suelo, sentado junto a otros niños, con una varilla de mimbre en la mano. Pero, a diferencia de Mari Miguel en idéntica circunstancia, al verse ante tanto sapo su hermanito se puso a llorar como loco, y no cesó en su llanto mientras duró aquella reunión de brujas.
También hoy las brujas y sus compinches besaron la mano y el culo al Gran Diablo, y bailaron después en corro al son del tamboril, y se desnudaron hasta quedarse en cueros, y comieron pan negro y carne de brujas muertas. También hoy las nuevas brujas, entre ellas Mari Miguel, renegaron de todo lo renegable y se autoproclamaron siervas del diablo.
También hoy el diablo las marcó en la cabeza o en el hombro izquierdo, y luego les dio un diablo por marido. También hoy los diablos persuadieron a los jóvenes brujas para que fornicasen con ellos, y Mari Miguel, que todavía era doncella, no dudó ni un instante en entregarse al suyo allí mismo, a la vista de todos y sin ningún pudor. Pero hoy, a diferencia de otras noches, iba suceder algo insólito.
Y es que de pronto, justo cuando Mari Miguel había sido deshonrada por su diablo, un fuerte resplandor iluminó exageradamente la explanada de Berdelanda, sobresaltando a todo los presentes. Se trataba de una luz diáfana, que emanaba de una figura femenina de gran belleza, una señora que se encaminó directamente, con andar majestuoso, hacía el grupo de niños y niñas que cuidaban los sapos, algunos de los cuales lloraba sin cesar, como es el caso del hermanito de Mari Miguel. Al verla, brujas y diablos se apartaron temerosos, sin atreverse a pronunciar palabra alguna, mientras la recién llegada, en la que todos reconocieron a la Virgen del Rosario, les decía dulcemente a los pequeños:
- ¡Ángeles míos! ¡No creáis lo que ese malvado diablo os dice, que sólo busca vuestra perdición! ¡No tengáis miedo, y en cuanto lleguéis a vuestras casas, contad a vuestros padres cuanto aquí sucede! ¡Sólo así conseguiréis ir al Cielo!
La bella señora nada añadió, sino que, tras sonreírles maternalmente a los pequeños, dio media vuelta sobre sí misma y se marchó por donde había venido. Entonces sí, una vez que hubo desaparecido la inesperada visitante, el Gran Diablo, con toda la fanfarronería del mundo, se atrevió a decirle a las congregadas y congregados:
- No creáis a esa Maruja Marimascad que anda por condenaros, que yo soy el verdadero dios y el que os ha de salvar.
Pero esa noche se había aguado la fiesta. Por eso, las brujas recogieron prontamente sus ponzoñas y ungüentos, y se apresuraron a regresar a sus hogares con un mal sabor de boca. También parecía contrariado el Gran Diablo al despedirlas, y lo mismo les sucedía a los diablos menores.
Mari Miguel cogió a su hermanito, lo puso sobre su espalda y también echo a volar. Sí que, como le había enseñado su tía, de camino se fue entreteniendo en arrojar los polvos venenosos sobre los campos de cultivo y árboles frutales. Sí que repitió al pequeño. Con falsa alegría, las palabras de su mentora: “¡Verás como se pudre todo! ¡Verás como se arruinan todas las cosechas y los frutales!” Sí que dejo al niño en su cama, como si nada hubiera pasado... Pero esa noche sentía su ánimo corroído por una
inquietud, una inquietud que ya no le permitió dormir las pocas horas que de la noche quedaban, una inquietud que no era en absoluto infundada.
¡No señor! Porque, en cuanto a la mañana siguiente el hermanito saltó de la cama, y, por cierto, contra todo pronóstico, fue el primero en hacerlo de toda la familia, corrió a la habitación de sus padres y refirió a éstos de un tirón, con pelos y señales, todo cuanto aquella noche había acontecido en el akelarre. ¡Todo!
Ya no volvió a haber más akelarres en Berdelanda, ni uno sólo. Pues los padres de Mari Miguel se apresuraron a denunciar el caso a las autoridades, y las autoridades pusieron cartas en el asunto, metiendo en la cárcel a todo el mundo. También a Mari Miguel y a la tía de ésta.
Luego hubo un sonado proceso en el Señorio de Bizkaia, un proceso muy largo y costoso, que trajo mucho sufrimiento a las numerosas personas que se vieron implicadas en él.
Sorgiñas. Leyendas vascas de brujas.
Editorial Los Libros del “Cuentamiedos”
Iruña, 2004