LOS CUATRO HERMANOS

Cuatro hermanos se quedaron huérfanos, recibiendo una hogaza de pan como única herencia. Decidieron, por tanto, ir en busca de fortuna y, tras partir el pan en cuatro trozos, cada uno tomó un camino distinto.

El mayor encontró a un astrónomo, y se quedó con él para aprender el oficio.

El segundo llegó a la casa de un sastre, que se ofreció a enseñarle todos los secretos de su trabajo.

El tercero se quedó con un cazador con quien se encontró, con la intención de aprender el arte de la caza.

Y el cuarto hizo amistad con un ladrón.

—Si quieres, puedes quedarte conmigo —le dijo el ladrón—. Te enseñaré mi oficio y aprenderás a robar con el mejor maestro.

—Siempre me han dicho que robar es malo —respondió el joven.

—No hay nada malo en aprender —insistió el ladrón—. Si quieres, robas, y si no, no.

Así pues, el cuarto hermano se quedó con el ladrón y aprendió el oficio.

Pasaron siete años antes de que los hermanos se reunieran de nuevo. Cada uno contó a los otros lo que había aprendido durante aquel tiempo.

—Yo he aprendido el oficio de astrónomo —dijo el mayor—. Mi maestro me ha regalado un aparato con el que puedo ver todo lo que quiera.

—Yo he vivido con un sastre que me ha regalado una aguja que todo lo cose —dijo el segundo.

—Yo he aprendido a cazar con un gran cazador —añadió el tercero—. Me ha regalado una escopeta con la que puedo atinar a todo lo que apunto.

El más joven no decía nada, y los otros le preguntaron:

—Y tú, ¿qué has aprendido? ¿Qué has hecho durante estos siete años?

—Yo..., yo he aprendido el oficio de ladrón —dijo finalmente el cuarto, un poco avergonzado.

Decidieron quedarse a vivir juntos y trabajar en sus respectivas habilidades. Les llegó entonces la noticia de que un dragón había raptado a la hija de un rey y que éste la ofrecía en matrimonio a aquél que la salvase. Los cuatro hermanos se pusieron en camino, dispuestos a encontrarla.

El astrónomo miró por su aparato y vio que el dragón tenía a la princesa en un país al otro lado del mar. Fueron a ver al rey y le pidieron un barco con el que atravesar el mar.

Al llegar a la otra orilla, el ladrón se dirigió a la morada del dragón y le robó la princesa mientras el monstruo dormía. Estaban a punto de zarpar cuando el dragón despertó, y en un par de zancadas llegó hasta ellos.

El cazador apuntó con su escopeta, y de un disparo certero lo mató; pero, al derrumbarse, el dragón abrió un gran boquete, y el agua comenzó a inundar la embarcación.

El barco empezó a hundirse, pero, entonces, el sastre sacó su aguja cóselo-todo y reparó el barco. Llevaron a la princesa al castillo del rey, y los cuatro reclamaron la mano de la joven.

—Yo la encontré —dijo el astrónomo—, y soy yo quien debe de casarse con ella.

—No, no —dijo el ladrón—. Soy yo quien he de casarme con la princesa, puesto que fui yo quien se la robó al dragón.

—Pero si yo no hubiese matado al dragón —dijo el cazador— ahora estaríamos todos muertos.

—Y si yo no hubiese reparado el barco —dijo el sastre— nos hubiéramos ahogado, así que soy yo el que más derecho tiene a casarse con la princesa.

El rey, no sabiendo a quién dar la razón, les entregó un montón de oro a cada uno y, como suele ocurrir, casó a su hija con el hijo de un rey vecino.

Hala bazan edo ez bazan, sartu dadila kalabazan eta irten dadila Durangoko plazan (Si esto fue así o no fue así, métase en la calabaza y salga en la plaza de Durango).

Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria