LAS TRES OLAS

En Bermeo vivía una bruja que siempre quería quedarse con lo que no era suyo.

Un día, Matxin, un pescador, volvía de la pesca y traía consigo una hermosa cesta

llena de anchoas que aún coleaban. La bruja le salió al encuentro.

—Hola, Matxin —le saludó—, buena pesca traes hoy...

—Sí, no esta mal del todo. La faena ha sido dura, pero el resultado ha sido bueno —

dijo el pescador.

Ya iba a marcharse, pues no le gustaba que lo viesen hablando con la bruja, cuando

ésta le dijo:

—¡Oye! ¿Porqué no me regalas esas anchoas?

—Pero, ¿qué dices? —respondió Matxin muy enfadado—. ¡Estás loca! ¡Aparta de mi

camino, vieja desdentada!

Diciendo esto, el joven la apartó de un empujón y continuó su camino. La bruja no

podía ocultar su rabia.

—¡Maldito seas, Matxin! ¡Me las pagarás! ¡Me las pagarás! —gritó, levantando el

puño.

Después, la bruja fue en busca de su hija y de una amiga, también brujas las dos.

—¡Oídme bien! —les dijo—. Matxin, el pescador, no ha querido darme su cesta de

anchoas. Además, me ha llamado vieja desdentada, ¡y eso no se lo perdono! Mañana,

cuando salga a la mar, lo estaremos esperando. Nos convertiremos en tres olas gigantes.

La primera le preocupará, la segunda le asustará y la tercera..., ¡la tercera le hundirá!

Y las tres se dirigieron a la playa.

Nada hubiese podido salvar al pobre Matxin si Takio, un chaval vecino del pescador,

no lo hubiese oído todo y hubiese ido a contárselo a su amigo. Matxin se quedó un poco

preocupado, no era buena noticia estar a malas con una bruja tan poderosa que podía

convertirse en ola... A pesar de todo, decidió salir a la mar y prepararse para el ataque.

Al día siguiente, como de costumbre, preparó las redes y salió a navegar

acompañado por el joven Takio, que había insistido en ir con él.

Llevaban navegando un buen rato cuando vieron venir hacia ellos una enorme ola.

—¡He aquí la primera! —exclamó Matxin.

La ola llegó y levantó la barca muy alto, muy alto.

Al poco, apareció la segunda ola.

—¡He aquí la segunda! —gritó Matxin—. ¡Agárrate bien, Takio, que ésta nos va a

hacer bailar!

En efecto, la segunda ola era aún más grande que la primera e hizo inclinarse la

barca hacia la derecha y luego hacia la izquierda, de tal forma que parecía que iba a

zozobrar en cualquier momento. Pero también pasó la segunda ola.

Finalmente, vieron, a lo lejos, la tercera ola. Era enorme, mucho más grande que las

anteriores, negra y amenazadora.

—¡Y aquí está la tercera! ¡Prepárate, Matxin —se dijo el pescador a sí mismo—,

porque, si te equivocas, estarás perdido!

Matxin asió un arpón y se preparó para la embestida. Cuando todo indicaba que la

enorme ola iba a tragarse la barca y a sus ocupantes, el pescador lanzó con todas sus

fuerzas el arpón al corazón de la ola, al centro. Se oyó un grito terrible, la ola se volvió

roja y desapareció sin llegar a zarandear la barca.

Matxin y Takio se abrazaron con alegría y regresaron a puerto, sin haber pescado

nada pero contentos de estar sanos y salvos.

Al día siguiente, todos se preguntaban qué es lo que le habría pasado a aquella

mujer tan rara, con fama de bruja, que había desaparecido y cuya toquilla había sido

encontrada en la playa. Nadie se atrevió a preguntarles nada a la hija y a la amiga que,

vestidas de negro, no hacían más que llorar a la orilla del mar.

Por eso, los marineros de Bermeo siempre recuerdan esta historia, y llaman a las

tres olas que siempre aparecen juntas “las tres Marías”.