LA MALDICIÓN DE LAS LAMIAS AL LADRÓN

Las lamias maldicen al ladrón de Urigoiti

No he visto nunca casa en la que se haya cebado tanto la desgracia como en la familia que habita el caserío de Urigoiti Efectivamente, - me replicó Peru - hace bastante tiempo, desde muy antiguo

les persigue la mala suerte. Dinero ya tendrán, pero calamidades no les faltarán también; por supuesto que solo ellos tienen la culpa, pues no impunemente se les ofende a las «lamiñas».

Algo de eso tengo oído a mi madre, pero siempre he pensado que serían historietas fantásticas.

¿Historietas? Sí, sí; en la cueva de Supelegor tenían su vivienda las «lamiñas». De carácter alegre, solían pasar la mayoría de las horas cantando y siempre que mi abuelo, que también se llamaba Peru, se cruzaba con ellas, a distancia respetable, le gastaban algunas bromas. Al principio se molestaba

con las mismas, pero como se decía que tenían mucho poder, las temía bastante, por lo que procuraba hacerles creer que no les oía sus burlas jocosas.

Cierto día, hallándose en la taberna del pueblo, entre trago y trago, contó a los asistentes a ella, algo relativo a las «lamiñas», diciéndoles, entre otras cosas, que poseían todo un ajuar y neceser de oro riquísimo: peines, cucharas, tenedores, cazuelas, parrillas, espejos, etc, etc, y que les había visto

con frecuencia hacer uso de dichos utensilios.

Prestando mucha atención a lo que decía mi abuelo, encontrábase el inquilino del caserío Urigoiti, siendo entonces uno de los vecinos más necesitados del pueblo. Terminado que hubo la relación se dirigió a su casa lo más presto posible, para contar a su mujer todo lo que había oído en la taberna. Entroles

la tentación de poseer parte de dichos objetos, para remediar todo lo posible la situación intolerable de su casa.

Dando vueltas al asunto, acordaron por fin, que en un momento de ausencia En el original, Urizgoiti, pero, sin duda, es una equivocación y se refiere al Urigoiti de Orozko-

-Orozco de las «lamiñas», aprovecharía el marido para penetrar en la cueva y apoderarse de las riquezas que poseían. Pusieron en práctica su proyecto, empezando el marido por rondar los alrededores de la cueva para enterarse de sus costumbres, hasta que por fin, cierto día, aprovechando la ausencia de sus dueñas, pudo conseguir su propósito, apoderándose del tesoro de las «lamiñas».

Regresando hacia su caserío, cerca de Atxulaur (lugar donde un gran arco natural, denominado Atxulo, sirve de entrada al soberbio anfiteatro de peñas calizas de Itxine) tropezó con las «lamiñas» que se dirigían a su alojamiento; y al notar éstas su azoramiento, le preguntaron si, encontrándose enferma su

mujer, había ido a la nevera, a coger nieve para ponerle bolsas en el estómago. Contestó él, de malos modos, que su mujer, gracias a Dios, gozaba de buena salud, pero que se había visto obligado a ir en busca de nieve para ayudar al parto de una cerda, que no venía muy bien. Y como, por la cuenta que le tenía, sentía pocas ganas de conversación, se despidió alejándose rápidamente.

Una vez llegadas las «lamiñas» a su habitación, observó una de ellas la falta de muchos objetos de su pertenencia, y ante sus gritos acudieron todas presurosas a ver lo que ocurría, preguntando las causas de tal alboroto.

Puestas a pensar quién pudiera ser el ladrón, recordaron la escena con José Miguel, el de Urigoiti, y en él recayeron las sospechas.

Empezaron sin tardanza las averiguaciones, comprobando la falsedad de la afirmación del de Urigoiti. Enteráronse también de los rumores que corrían por el pueblo de haber mejorado de posición, pues era casa en la que no se vio nunca entrar la abundancia de género que entraba en aquellos días, con la

particularidad de que pagaban al contado.

No necesitaron saber más para cerciorarse efectivamente de que José Miguel era el ladrón; y aquella noche se reunieron en el portal del caserío de Urigoiti, reclamándole una y otra vez los objetos robados.

José Miguel despertó a su mujer todo tembloroso y le dijo que, remordiéndole la conciencia, se veía precisado a devolver a las «lamiñas» los objetos robados; pero tal maña se dio ella para convencerle de que no debía hacerlo, haciéndole ver lo bien que se vivía con abundancia de dinero que, al fin, convencido, acordaron mutuamente no hacer caso de la devolución.

Durante varias noches repitieron las «lamiñas» su reclamación, sin ningún resultado, y entonces lanzaron la maldición que aun pesa sobre los habitantesApéndice documental del caserío y sus descendientes.

Desde ese día, las desgracias se amontonan en el seno de la familia del caserío de Urigoiti: hoy se despeña una vaca, en los riscos del Gorbeia; mañana se come medio rebaño de lindos corderos el lobo; otro día se cae de algún árbol un hijo de ellos, fracturándose algún miembro; y así transcurren

los años, sin dejar de cebarse la desgracia en esta desdichada familia.

(Leyenda recogida por ITURBE. Euskerea 1931,

Mayo, pp. 634-635)