El Culebro de Balzola

Erase una vez dos hermanos que vivían en Bargondia, en Dima, Bizkaia. El mayor, Joxe, era un hombre serio y reposado al que le gustaba pensar antes de tomar una decisión. El más joven, Santi, era todo lo contrario, alocado y de reacciones rápidas.

Un día fueron los dos a caminar por los alrededores de la cueva de Balzola.

—¿Sabes, Joxe? —dijo Santi, señalando la cueva—. Dicen que ahí dentro viven unas lamias que guardan un tesoro.

—Tal vez sí o tal vez no —respondió el mayor—, pero mejor será no averiguarlo.

El hermano menor se echó a reír.

—¡Venga! ¡Anímate! Vamos a echar una ojeada... Si es verdad que existe un tesoro, lo repartiremos entre los dos.

Iba el joven a penetrar en el antro cuando vio que en el umbral del mismo había una enorme serpiente que parecía dormir.

—¡Aquí tenemos al guardián de la cueva! —exclamó—. ¡Ya verás qué pronto acabo con él!

Y antes de que Joxe pudiese evitarlo, cogió una piedra enorme y se la lanzó a la serpiente, cortándole un pedazo de la cola. La serpiente desapareció rápidamente dentro de la cueva.

—¡Santi! —gritó Joxe—. ¡Eso que has hecho es una crueldad! La serpiente estaba durmiendo al sol y ésta debe de ser su guarida. Deja de portarte como un salvaje y vamos a casa.

Pasaron los años. Joxe tuvo que emigrar a tierras lejanas en busca de fortuna, y encontró un trabajo excelente, pero languidecía pensando en los suyos, en su casa y en sus tierras. Un día en que la nostalgia era más fuerte que nunca se le apareció un hombre elegantemente vestido a quien le faltaba una pierna y, cogiéndole de una mano, lo transportó a la cueva de Balzola en un abrir y cerrar de ojos.

No salía Joxe de su asombro, cuando el misterioso desconocido le dijo:

—Ya estás de nuevo en tu casa y, para que no tengas que marcharte de nuevo, aquítienes esta caja llena de oro para ti, y para tu hermano, este cinturón.

Y el hombre desapareció.

Joxe fue en busca de su hermano, quien se alegró mucho de verlo y al que contó lo ocurrido. Santi se quedó mirando el cinturón.

—¿Y dices que a ese hombre le faltaba una pierna?

—Sí..., pero, ahora que lo pienso, no usaba bastón ni nada parecido para sostenerse.

Entonces, el joven ató el cinturón a un nogal y el árbol empezó a arder hasta quemarse por completo. Los dos hermanos se miraron y comprendieron que la serpiente a la que Santi había cortado un pedazo de la cola y el hombre extraño eran lo mismo: el culebro de Balzola, Sugoi.

Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria