El Candelabro de Salbatore
EL CANDELABRO DE SALBATORE
Los protagonistas de esta leyenda son Basajaun y Basandere. A ambos se les conoce como “los señores del bosque” o “los señores salvajes”. Son genios que habitan en lo más profundo de los bosques. Son tan altos como los árboles, tienen el cuerpo cubierto de pelos y el cabello les llega hasta el suelo. Basajaun es el protector de los rebaños. Cuando está cerca, las ovejas hacen sonar sus cencerros y los pastores pueden descansar tranquilos, pues él cuidará de que nada malo le ocurra al rebaño. Según el tipo de relato, unas veces son seres diabólicos con una fuerza extraordinaria, y otras veces Basajaun representa al primer agricultor, herrero o molinero de quien aprendieron los hombres.
La leyenda «El candelabro de Salbatore» ha sido recogida por Azkue, Barandiaran, Iraburu, Cerquand, Barbier y otros.
Hace mil años, en Mendibe, Behenafarroa, sólo había dos casas, Lohibarria y Garseaberroa. Un día, el pastor de Lohibarria se fue con el rebaño a la zona de Galharbeko-potxa, cerca de Irati, y, al acercarse a una de las cuevas, vio a la Basandere, que se estaba peinando el cabello. A su lado brillaba como el sol un candelabro que ella misma acababa de limpiar. El joven se quedó admirando de tal modo el candelabro que no acertaba a decir palabra.
—¿Qué haces ahí parado como un muerto? —le preguntó la Basandere—. Te gusta mi hermoso candelabro, ¿eh?
—¡Nunca había visto nada igual! —replicó el pastor—. Por favor, ¡dámelo!
—¡Tú estás loco, humano! Este candelabro me lo ha regalado mi compañero, el Basajaun —dijo la señora salvaje.
Pero el pastor insistió e insistió, le dijo cosas bonitas que la Basandere nunca antes había oído, le cantó antiguas canciones de amor de Behenafarroa, le recitó versos..., hasta que, finalmente, consiguió que le regalase el candelabro. En cuanto el pastor tuvo el candelabro en sus manos pensó que era demasiado valioso para él y que lo mejor sería llevarlo a la ermita de San Salbatore, y hacia allí se dirigió. Al darse cuenta de las intenciones del joven, Basandere comenzó a perseguirle y a gritar que se lo devolviese, pero el pastor corría ya cuesta arriba hacia la ermita.
Basajaun, que estaba en lo alto del monte, oyó gritar a su mujer y, al ver lo que ocurría, en dos saltos se lanzó sobre el joven, que estaba a punto de llegar a Salbatore.
—¡Ay! —dijo el pastor—. San Salbatore, lo tenía para ti, te lo ruego, ten piedad de mí. En ese mismo instante, la campana de la ermita se puso a tocar sola, y los dos señores del bosque se detuvieron.
—¡Te has valido de esa maldita campana! —le gritó Basajaun—.Pero, ¡ten cuidado!, porque me las pagarás el primer día que te encuentre en ayunas.
Los dos gigantes desaparecieron en el bosque y el pastor pudo entrar en la ermita 0con el candelabro y dejarlo encima del pequeño altar.
Unos días después el joven ya había olvidado su aventura, y salió al monte en ayunas, es decir, sin haber comido ni bebido nada antes. De pronto, le salió al paso el Basajaun, que se le quedó mirando con una sonrisa que más parecía una mueca feroz.
—¡Vaya! ¡Vaya! —dijo con su terrible voz—. Mira a quién tenemos aquí...
Entonces el pastor se acordó de la amenaza, comenzó a temblar y se llevó las manos a la cabeza, desesperado. Pero la víspera había estado trillando y le quedaban unos granos de trigo entre los cabellos. Se comió rápidamente los granos y rompió el ayuno. Basajaun desapareció y nunca más volvió a encontrarse con él, aunque, después de semejante susto, tampoco el pastor volvió a ir al monte en ayunas.
El candelabro continúa en la ermita de San Salbatore, pero ya no es tan hermoso como antes. Los españoles quemaron la capilla dos veces y el candelabro se volvió negro, y negro continúa. Los habitantes de Mendibe han intentado bajarlo al pueblo, pero nunca han podido ir más allá del collado de Harizkurutxeta, por lo que el candelabro sigue y seguirá estando en Salbatore para siempre.