DOMINISTIKUN
Baztan, Nafarroao
El diablo ocupa un lugar importante en la mitología vasca. Se le conocen muchos nombres diferentes: etsai, gaizkin, txerren, tusuri, plaga, kinlilimarro, iruadarreko, gaueko... Siempre trata de hacer el mal, buscando almas que llevarse a su oscuro reino.
Hay un dicho popular que dice “eguna egunezkoentzat eta gaua guezkoentzat” (el día para los del día y la noche para los de la noche). El diablo es el genio de la noche, y no perdona a aquéllos que se hacen los valientes y le retan saliendo de noche.
Aunque también existen medios para ahuyentarlo, como se muestra en la siguiente leyenda.
Vivía en un pueblo del valle del Baztan, en Nafarroa, un matrimonio que no tenía hijos. Llevaban muchos años esperando uno, pero no conseguían ver cumplido su deseo. Habían probado toda clase de hierbas, habían ido a la ermita de Aralar, e incluso la mujer había ido a una fuente cuyas aguas, decía la gente, hacían milagros. Se había frotado el vientre con una de las piedras, remedio que, según los entendidos, no podía fallar; pero, ¡ni por esas! Un día, sintiendo que ya se le empezaba a pasar la edad para ser madre, la mujer suspiró.
—¡Ay! —se lamentó—. Daría cualquier cosa por tener un hijo...
—Yo también... —dijo el marido.
En el mismo instante se les apareció el diablo.
—Tendréis un hijo —les dijo—, pero yo, a cambio, me llevaré algo de esta casa. ¿Estáis de acuerdo?
La pareja aceptó la propuesta, sin sospechar que, al decir “algo”, el diablo se estaba refiriendo al propio recién nacido. Al cabo de nueve meses nació la criatura, y su nacimiento hizo tan felices a los nuevos padres que olvidaron su promesa y decidieron celebrar el bautizo por todo lo alto, invitando a parientes, amigos y vecinos. Con este fin, compraron el carnero más hermoso que encontraron en el mercado.
Vivía cerca de allí un hombre que no tenía ni oficio ni beneficio y sobrevivía sisando lo que podía. Al saber lo del carnero, decidió robarlo y conseguir una buena cantidad de dinero vendiéndolo después. Mientras todo el mundo se hallaba ocupado preparando las mesas del banquete en la huerta, entró en la casa y se encontró al diablo junto al niño que dormía en la cuna.
—¡Eh! ¿No eres tú gaizkine? —preguntó el hombre.
—¡Pues sí! —le contestó el diablo—. Y tú eres el que viene a robar el carnero. Ladrón por ladrón, ¡somos iguales!
El hombre no estaba del todo de acuerdo. Una cosa era robar para vivir, y otra muy distinta ser un diablo chapucero, pero no lo dijo.
—Y, ¿cómo así por aquí? —le preguntó al diablo, tratando de averiguar la razón por la cual estaba allí.
—¡Ah! Amigo mío, un ladrón puede confiar en otro. Te diré que pienso llevarme al recién nacido. El niño estornudará tres veces antes de ser bautizado, y si nadie dice doministikun, ¡será para mí!
Entonces volvieron los de la casa, el diablo se hizo invisible y el ladrón se escondió detrás de una puerta. Al poco rato, el niño estornudó y nadie prestó atención. De nuevo volvió a estornudar y, al advertir el ladrón que nadie decía nada y para evitar que el diablo se llevase al niño, dijo en voz alta:
—¡Doministikun! Aunque yo no pueda robar el carnero.
Entre juramentos y amenazas, el diablo se marchó levantando un gran vendaval. Asombrados y algo asustados, los de la casa buscaron a quien había hablado y lo encontraron detrás de la puerta. El ladrón les contó lo ocurrido, y los agradecidos padres no sólo le invitaron al bautizo, sino que también le regalaron el carnero.