Baratxuri

BARATXURI

Baratxuri, Ukabiltxo, Kukubiltxo, Barbantxo..., son diferentes personajes cuyas historias coinciden, y que adoptan alguno de estos nombres según la zona de Euskal Herria en la que se cuenten dichos relatos.

Son niños muy pequeñitos, del tamaño de un puño, pero no son enanos. Sus padres son normales y ellos hacen las labores que hacía cualquier niño en el campo.

J. M. de Barandiaran menciona a todo estos pequeños personajes, y nosotros hemos elegido a Baratxuri por ser la única chica entre todos ellos.

Hace ya mucho tiempo, en Andoain, en Gipuzkoa, vivían un padre, una madre y una hija. La hija era tan pequeñita que le habían puesto de nombre Baratxuri. Pero era una chica lista y tenía mucha fuerza, por lo que ayudaba a su madre en la casa y a su padre en el trabajo del campo.

Un día, la madre le rogó que llevase la comida al padre, que estaba en una huerta lejana. Como el camino era largo, Baratxuri sacó al asno del establo y se instaló en su oreja. El asno conocía el camino porque lo había recorrido muchas veces, y pronto llegaron a donde estaba el padre.

—¡Vaya! ¿Hoy vienes solo, burrito? —preguntó el hombre al ver al asno.

—¡No! —respondió Baratxuri, asomándose a la oreja del asno—. ¡También vengo yo!

El padre, muy contento de ver a su hija, cogió a la niña y la cesta de la comida y los dos se pusieron a almorzar mientras el asno pastaba.

Después de comer, el padre volvió al trabajo y Baratxuri a casa, escondida en la oreja del asno, tal como lo había hecho a la ida. Al cruzar un bosque por donde tenían que pasar, Baratxuri oyó a unos ladrones que se repartían unas mercancías robadas aquel mismo día en el mercado de Andoain.

—Esto para ti, esto otro para ti y esto para mí—decía el que parecía el jefe.

—¿Y para mí? —preguntó Baratxuri.

Al escuchar su voz, los tres ladrones se asustaron un poco, pero como no vieron a nadie siguieron con el reparto.

—Esto para ti, esto otro para ti y esto para mí.

—¿Y para mí? —preguntó de nuevo Baratxuri.

Esta vez los ladrones se levantaron y comenzaron a buscar al intruso que pedía una parte del robo. Sólo vieron al burro, creyeron que la voz que habían escuchado era el eco y continuaron repartiéndose las mercancías.

—Esto para ti, esto otro para ti y esto para mí.

—¿Y para mí? —insistió Baratxuri—. ¿Acaso no pensáis darme mi parte?

Creyendo que eran los duendes del bosque, los ladrones huyeron muy asustados, dejando allí todos los objetos robados.

Baratxuri se bajó de la oreja del burro, cargó en éste el saco y se lo llevó a casa. Al día siguiente acudió con sus padres al mercado de Andoain, contó lo sucedido y devolvió todo lo robado a sus propietarios.