LAS LAMIAS DE MUNAGUREN
Corozika, Bizkaia
Según J. M. de Barandiaran, las lamias
aparecen bajo diferentes aspectos en distintas leyendas vascas. En algunas son
seres divinos, superiores a los humanos y a quienes éstos hacen sacrificios u
ofrendas. En otras son genios cuya fuerza puede ser dominada mediante objetos o
procedimientos mágicos. Una persona puede incluso secuestrarlas apoderándose,
por ejemplo, de algo que les pertenezca.
En cierta ocasión, unos caseros cogieron
a una lamia y la llevaron a su casa. Aunque le hicieron muchas preguntas, ella
no decía ni media palabra. La etxekoandre había puesto leche a hervir, y cuando
ésta empezó a subir, la lamia dijo: “txurie gora!” (ilo blanco, arriba!), y
después huyó por la chimenea.
La leyenda que sigue la recogió R. Mª de
Azkue en su «Euskalerriaren Yakintza».
En
Bizkaia, a medio camino entre Zornotza y Gernika, se encuentra un pequeño
pueblo llamado Gorozika, y en él, subiendo hacia Zugaztieta, hay una hermosa
casa de nombre Munaguren. A unos cuantos metros de la puerta principal existe
un pozo grande, mucho más grande que lo normal, al que se conoce como
“Lamina-putzu”, el pozo de la lamia. Al lado del pozo, con las ramas inclinadas
sobre él, hay un sauce.
Hace
mucho tiempo, un grupo de lamias vivía en el pozo. Toda la gente de los alrededores
lo sabía, y las respetaba. Nadie intentaba acercarse a ellas y, cuando alguien
tenía necesidad de pasar cerca del lugar, gritaba diciendo que iba, y las
lamias se ocultaban en el agua. A cambio, ellas cantaban hermosas canciones que
se escuchaban en todo el valle, ayudaban a los labradores en sus faenas y
cuidaban a los niños cuando iban camino a la escuela.
También
les gustaba sentarse en las ramas del sauce y peinar sus largos cabellos
mientras se contemplaban en las aguas del pozo. Solían hacer su colada en aquel
mismo sitio y, después de lavada la ropa, la colgaban de las ramas del árbol
para que se secara.
Las
ropas de las lamias, al igual que todos los objetos que utilizaban, eran de
oro, y de oro era el hilo de la sábana que una pequeña lamia colgaba del sauce
todos los días.
La etxekoandre del caserío Munaguren veía brillar la prenda desde la ventana de su
cocina.
—¿Para
qué quiere esa pequeña lamia una sábana de oro? —se preguntaba—. Seguro que
tiene muchas. Yo, sin embargo, necesito arreglar algunas cosas en la casa, y
por la venta de esa sábana me darían unos buenos dineros...
Así
que, sin pensarlo demasiado, salió la mujer de la casa y se dirigió a
Lamina-putzu. Al ver que se acercában la pequeña lamia se lanzó presurosa al
pozo, dejando la sábana colgada en las ramas del sauce. La casera cogió la
sábana y volvió a casa a toda prisa.
Aquella misma noche se oyó un fuerte golpe en la puerta del
caserío, y la voz de la lamia que decía:
—Munagurengo atso bandera, ekarri egida
na nire ondra izara (Vieja osada de Munaguren, devuélveme mi sábana
honrada).
Pero la
mujer no quería darse por enterada.
—Ya se
cansará... —pensó.
Al día
siguiente ninguna lamia se sentó en el sauce, ni tampoco colgaron sus ropas en
las ramas del árbol, ni se escucharon sus cantos.
Durante
la noche, de nuevo se oyeron idénticos aldabonazos en la puerta del caserío.
—Munagurengo atso bandera, ekarri
egidana nire ondra izara —volvió a decir la lamia.
Y así
pasaron varios días. De día, silencio; de noche, golpes. Hasta que, finalmente,
la casera lanzó la sábana de oro por la ventana.
—Nunca
jamás faltará lino en esta casa —dijo la pequeña lamia al recoger la sábana.
Pero,
desde entonces, las lamias desaparecieron de Munaguren y, que se sepa, nunca
más han vuelto.
Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria