Según cuenta J. M. de Barandiaran en su
obra Diccionario ilustrado de la mitología vasca, el caballo era un animal muy
apreciado por los antiguos vascos, que incluso determinó algunas formas de
expresión o símbolos de su vida espiritual. Ciertos genios subterráneos eran
representados en forma de caballo.
En la región de Atharratze existe la
creencia de que de la cueva de Laxarrigibele, cerca de Alzai, sale un genio en
forma de caballo blanco. Existen varios relatos en los que aparecen caballos,
casi siempre blancos, aunque también se dan casos de “suzko zaldiak” o caballos
de fuego.
La siguiente narración se cuenta en la
zona de Lapurdi.
Erase
una vez un hombre que tenía tres hijas. Un día algo le molestó detrás de una
oreja, y pidió a su hija más pequeña que mirase lo que era. La hija, Anderkina,
encontró un piojo. El hombre ordenó que metiesen el piojo en un puchero pero,
al poco tiempo, el piojo engordó tanto que reventó el puchero. Entonces
metieron al piojo en una barrica, y también reventó la barrica. Entonces
mataron al piojo y pusieron su piel colgando de una ventana.
El hombre
hizo saber que daría la mano de una de sus hijas a quien adivinase a qué animal
pertenecía la piel. Como era rico, no faltaron los pretendientes, pero ninguno
supo dar la respuesta correcta
Finalmente,
un día apareció un hombre extraño vestido con un traje de oro y, plantándose
delante de la casa, gritó:
—¡Ésa
es la piel de un piojo!
El
padre, encantado de poder contar con un yerno tan listo, le pidió que eligiese
por esposa a una de sus tres hijas, pero el hombre extraño vestido con un traje
de oro contestó que lo haría después de la cena.
Algo
más tarde, la joven Anderkina salió al jardín para coger unas flores con las
que adornar la mesa. Al pasar por delante del establo oyó una voz que la
llamaba. Sorprendida, miró y sólo vio a la yegua blanca de su padre.
—No te
asombres —le dijo la yegua—. Sólo quiero advertirte que el hombre vestido con
un traje de oro es el diablo, y es a ti a quien elegirá como esposa. ¡Acuérdate
de lo que voy a decirte! Cuando tu padre te ofrezca dinero, dile que no lo
quieres, que quieres la yegua blanca.
Y, en
efecto, después de la cena, el diablo pidió a la hija más pequeña por esposa, y
anunció que debían partir inmediatamente. Tal y como la yegua había dicho, el
padre de la joven le ofreció todo el dinero que deseara, pero Anderkina le
pidió la yegua blanca.
Al ira
montarse en la carroza del diablo, la joven pidió que la dejasen hacer el viaje
montada en la yegua, y así se hizo. Habían recorrido ya un trecho cuando la
yegua pateó el suelo y la tierra se abrió en dos.
—¡Entra
ahí durante siete años! —gritó la yegua.
Al
instante, la carroza y el diablo desaparecieron en el interior de la tierra,
quedando Anderkina y la yegua en la superficie.
—Tendrás
paz durante siete años —le dijo el animal a la joven, y los dos continuaron el
viaje.
Tras
mucho caminar, divisaron un castillo.
—¿Qué
te parece si nos detenemos aquí? —preguntó la yegua—. En este castillo vive un
joven caballero con el que te casarás.
Como
había profetizado la yegua blanca, el joven caballero se enamoró de Anderkina,
y poco después se casó con ella en medio de grandes festejos.
—Es
hora de que yo me marche —le dijo la yegua a la recién casada después de la
boda—, pero, antes, quiero darte esta xirula como regalo. Tócala cuando
tengas algún problema, y yo acudiré enseguida.
Anderkina se encontró con una
pequeña flauta de oro en las manos, pero cuando levantó la vista del
instrumento, el caballo había desaparecido.
La
joven y el caballero vivieron felices y tuvieron dos hijos. Pero un día el
marido tuvo que ir a la guerra. Anderkina y sus hijos se quedaron en el
castillo esperando su vuelta.
Habían
transcurrido ya siete años, y una mañana, el diablo se presentó ante la mujer.
—¡Sigúeme!
—le ordenó—. Ahora tendré tres almas en lugar de una.
Anderkina
no tuvo más remedio que seguirle con sus dos niños. Anduvieron un largo trecho
y penetraron en un bosque muy oscuro.
—Aquí
es donde vais a morir —le informó el diablo.
—Deja
que antes toque la xirula para mis hijos —le rogó ella—. Será nuestra
despedida.
El
diablo aceptó la petición, y entonces Anderkina se llevó la flauta de oro a los
labios. Había tocado un par de notas cuando apareció la yegua blanca.
—¡Ah!
¡Aquí estás de nuevo! —exclamó la yegua al ver al diablo—. ¡Ya no harás más
daño a nadie!
Y
golpeando la tierra con sus pezuñas, gritó:
—¡Tierra!
¡Ábrete y trágate al diablo para siempre!
La
tierra se abrió y se tragó el diablo.
—Ahora
puedes regresar a tu casa, querida amiga —dijo la yegua blanca—. Ya no me
necesitarás nunca más.
El
maravilloso animal desapareció, y Anderkina volvió al castillo con sus hijos.
Allí esperaron el regreso del caballero, a quien relataron lo ocurrido y
vivieron felices hasta el final de sus días.
Toti Martínez de
Lezea. LEYENDAS DE EUSKAL HERRIA