Dentro de la literatura oral vasca no
podía faltar el cuento en el que el personaje vende su alma al diablo, ya sea
por dinero, ya sea por culpa de un amor imposible.
Existen también varios cuentos en los
que, a cambio de un hijo muy deseado, se le ofrece ese mismo hijo al diablo, y
otros en los que el diablo pide, a cambio de algún favor o enseñanza, que el
deudor resuelva una adivinanza.
Sin embargo, la inteligencia humana
siempre vence a la diabólica, tal y como se puede apreciar en el siguiente
relato, recogido por R. Mª de Azkue.
Esto
ocurrió en Manaría, un pueblo de Bizkaia. En un momento de necesidad, un hombre
vendió su alma al diablo y firmó un contrato por un plazo de cinco años. Pasado
ese tiempo, y cerca ya la fecha fatal, se le apareció el diablo.
—Vengo
a recordarte lo que me debes —le dijo el diablo—. Pero quiero ser generoso,
para que luego no digan por ahí que soy tan malo. Si aciertas los años que
tengo, te dejaré libre; de lo contrario, nunca más volverás a ver a los tuyos.
El
pobre hombre, desesperado y aterrado, empezó a pensar en cuál podría ser la
edad del diablo.
—De uno
a un millón, cualquier número puede ser...
Fue
entonces a consultar a sabios, doctores y magos. Preguntó a los más reputados
sacerdotes, a las personas con fama de brujas, a los contadores oficiales de
edades...
¡Nada!
Nadie tenía ni la menor idea de la edad del diablo.
Ya sólo
quedaban un par de días para que se cumpliera el plazo cuando el hombre se topó
con una viejecita muy vieja.
—Muchacho
—le dijo la anciana a pesar de que el hombre tenía ya unos cuantos años—, te
veo con mala cara. ¿No quieres contarme lo que te ocurre?
—¡Ay,
señora! —se lamentó el hombre—. Hace algún tiempo andaba yo falto de dinero y
se me apareció el diablo, quien me ofreció una hermosa cantidad de monedas a
cambio de mi alma. Aunque entonces lo más importante para mí fuera pagar las
deudas, ahora ya no pienso igual.
—Así
que le has vendido tu alma al diablo, ¿eh? —replicó la vieja—. ¿Y cuándo
finaliza el plazo?
—¡Ay,
señora! —el hombre estaba a punto de echarse a llorar—. Pasado mañana vendrá a
buscarme, y sólo podré salvarme si le digo la edad que tiene, pero..., ¡he
preguntado a todo el mundo, y nadie lo sabe!
La viejecita muy vieja se echó a reír.
—¡Bah!
¡No te preocupes! —dijo—. ¡Vete a tu casa y deja que yo me encargue de este
asunto!
La
mujer se encaminó a la cueva donde vivía Txerren, el diablo, y poniéndose de
espaldas a la entrada, se arremangó las faldas dejando el culo al aire y,
doblándose, asomó la cara por entre las piernas abiertas.
—¡Txerren!
¡Txerren! —llamó—. ¿Dónde estás?
Al oír
su nombre, el diablo asomó la cabeza por la cueva y se encontró con el
asombroso espectáculo de ver una cabeza debajo de un culo, lo que le provocó
tanta risa que a punto estuvo de asfixiarse.
—¡Nunca
había visto nada parecido en mis dos mil y un años de vida! —exclamó.
La
viejecita muy vieja corrió a contárselo al hombre deudor del diablo.
Cumplido
el plazo, Txerren se presentó ante el hombre.
—Bien,
bien... Vengo a cobrar mi deuda. Pero, antes, quiero ver si sabes aprovechar la
oportunidad que te di. Respóndeme, ¿cuántos años tengo exactamente? —le
preguntó con una sonrisa, convencido de que no lo adivinaría.
—Tienes exactamente dos mil y un
años, ni uno más, ni uno menos —respondió el hombre.
—No sé
cómo lo has adivinado, pero eres libre —dijo el diablo sin poder ocultar su
asombro, y desapareció.
El
hombre vivió aún muchos años, y tuvo buen cuidado de no volver a hacer negocios
con el diablo nunca más.
Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria