En un
caserío de Eskoriatza, cuando toda la familia se había ido a dormir, la señora
de la casa solía quedarse hilando al lado del hogar.
Una
noche, un gato negro se deslizó por la chimenea, dio varias vueltas alrededor
de la atemorizada mujer y le dijo:
—¿Los
de la casa durmiendo y tú hilando?
Y,
riendo como un ser humano, desapareció.
La
señora de la casa creyó que se trataba de un sueño, que probablemente se había
quedado adormilada al calor del fuego, y no le dio más importancia.
Pero, a
la noche siguiente, cuando de nuevo se hallaba la mujer hilando, apareció de
nuevo el gato, dio varias vueltas a su alrededor y repitió la misma frase de la
noche anterior.
—¿Los
de la casa durmiendo y tú hilando? —y desapareció.
La
escena se repitió noche tras noche hasta que, finalmente, la etxekoandre optó por contarle a su marido lo que ocurría. Después de pensarlo un
rato, el hombre pidió a su mujer que le prestase uno de sus vestidos, con
pañuelo para la cabeza incluido.
—Esta
noche me quedaré yo hilando junto al fuego, y ya veremos lo que ocurre.
En
efecto, una vez llegada la noche, el hombre disfrazado con las ropas de su
mujer se sentó a hilar junto a la chimenea.
Al poco
rato apareció el gato que, como de costumbre, dio varias vueltas y se lo quedó
mirando. Enseguida reconoció que aquélla no era la señora de la casa porque,
entre otras cosas, el hombre tenía una barba negra y espesa que asomaba entre
los pliegues del pañuelo.
—¿Cómo?
¿Cómo? —rió el gato—. ¿Siendo hombre e hilando?
—¿Cómo?
¿Cómo? —respondió éste—. ¿Siendo gato y hablando?
Y, tras
coger el asador del fuego, el hombre golpeó al gato en la cabeza y lo mató;
luego abrió la ventana de la cocina y lo arrojó a la huerta.
Al día
siguiente apareció el cadáver de una de sus vecinas en la huerta.
Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria