Muchas, muchísimas, son las leyendas de
Euskal Herria en las que aparecen las brujas como parte esencial de las
creencias y temores de nuestros antepasados. Los nombres relacionados con las
brujas son abundantes: sorginetxe, sorginkoba, sorginiturri, sorginzulo,
sorginleze, sorginerreka...
Se les atribuyen males como la pérdida
de las cosechas, averías en los molinos, enfermedades, muertes misteriosas o
naufragios. Hay varias cosas que asustan a las brujas y las ahuyentan, como la
cruz, el apio, el carbón y los amuletos.
En la obra anteriormente mencionada «El
mundo en la mente popular vasca», de J. M. de Barandiaran,
encontramos el cuento siguiente, uno de los más bonitos de la tradición oral.
Cerca
de Asteasu, en Gipuzkoa, vivían en un caserío un padre y sus tres hijos. Tenían
un hermoso manzanal, pero desde hacía días notaban que por la noche les robaban
las manzanas.
Decidido
a pillar al ladrón, el hermano mayor se quedó una noche haciendo guardia, pero
se durmió y, al despertar, se dio cuenta de que les habían vuelto a robar.
A la
noche siguiente se quedó el segundo de los hermanos, dispuesto a no quedarse
dormido; pero el sueño pudo más que su voluntad, y cuando despertó, el ladrón
ya había pasado.
La
tercera noche se quedó el hermano pequeño, a pesar de que el padre pensaba que
era demasiado joven y podía correr peligro. Sus hermanos se rieron de él.
—Si
nosotros no hemos podido—dijeron—, ¿cómo vas a poder tú?
Pero el
joven insistió y, cogiendo una hoz, se sentó al pie de uno de los manzanos a la
espera del ladrón. Al rato, observó un bulto negro encima de una tapia y, ni
corto ni perezoso, le lanzó la hoz. El bulto desapareció.
Al
amanecer, los tres hermanos fueron en busca de alguna pista, y encontraron una
gran mano negra junto a la tapia y un camino marcado con gotas de sangre.
—Vamos
a ver adonde llevan estas huellas de sangre —dijo el más joven, que, por si no
lo hemos dicho, se llamaba Peru.
Los
tres hermanos siguieron el rastro hasta llegar a una gran losa, la levantaron y
vieron que había una sima profunda. Echaron a suertes, txotx ala motx, quién bajaba a la sima, y le tocó a Peru. Sus hermanos le bajaron con
una cuerda y, al llegar abajo, se encontró con una doncella que dijo ser una
princesa a quien la bruja había raptado. Peru le ató la cuerda, pero, antes de
dar la señal para que la subieran sus hermanos, le pidió un pedacito de cada
una de las siete sayas que llevaba puestas.
Los
hermanos subieron a la princesa y luego decidieron que, en caso de que hubiera una
recompensa, era mejor repartirla entre dos que entre tres; así pues,
abandonaron al pequeño en el fondo de la sima.
Mientras
tanto, la bruja apareció y montó en cólera, al darse cuenta de que su
prisionera había logrado escapar.
—Así
que la has ayudado a escapar, ¿eh? ¡Pues te quedarás tú en su lugar! —le dijo a
Peru, al tiempo que intentaba agarrarlo..
Los dos
entablaron una lucha feroz. Unas veces parecía que ganaba uno y otras el otro.
Finalmente, el joven cogió la hoz que llevaba en el cinto y le cortó la lengua
a la bruja. Después se colgó de su cuello.
—¡Sácame
de aquí o te iré cortando a pedacitos! —ordenó, y la bruja lo sacó volando.
Una vez
fuera de la cueva, Peru se encaminó al pueblo de la princesa. Al llegar, oyó
decir que dos jóvenes la habían salvado de las garras de la bruja y que el
mayor iba a casarse con ella.
El
joven, entonces, cogió una habitación en una posada y se pasó el día golpeando
la ventana con un martillo de hierro.
Cuando
al día siguiente, el cortejo de la boda se dirigía la celebración, Peru vio que
el novio era su hermano mayor. Sacó la lengua de la bruja y dijo:
—Mihiari, mihiari, hemen orduko han izan
hadi (Lengua,
lengua, tan pronto como acá estáte allá).
Y en
eso se levantó un fuerte vendaval que obligó a todos a volver a sus casas.
De
nuevo, Peru cogió el martillo y estuvo horas y horas dando golpes en la
ventana.
El
segundo día volvió a salir el cortejo para la celebración de la boda, pero en
cuanto pasó por debajo de la ventana de Peru, éste sacó la lengua de la bruja y
repitió las palabras mágicas y, de nuevo, se levantó un vendaval que impidió al
cortejo seguir adelante.
El
joven continuó dando golpes en la ventana, e hizo lo mismo que las veces
anteriores cuando, al tercer día, vio avanzar el cortejo nupcial.
El rey,
sospechando que algo raro ocurría, envió a sus soldados a averiguar la causa de
tan extraño fenómeno. Al llegar a la posada, el posadero les informó que tenía
un cliente que se pasaba el tiempo golpeando una ventana con un martillo.
Inmediatamente lo cogieron y se lo llevaron preso ante el rey. Pero, por muchas
preguntas que le hicieron, Peru siempre respondía que sólo hablaría delante de
la princesa. El rey llamó a su hija y, entonces, el joven le mostró los
pedacitos de las sayas que ella le había dado.
La
princesa reconoció a su salvador y los hermanos tuvieron que confesar la
verdad, por lo que, al final, Peru se casó con la princesa y fue el rey de
aquella región.
Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria