Salzedo, Araba
El tema de las brujas que acuden al
aquelarre diciendo las palabras “sasi guztien gainetik, laino guztien azpitik”
(por encima de todas las zarzas, por debajo de todas las nubes) y que son
escuchadas por alguien que también decide probar, pero que se equivoca y dice “sasi
guztien azpitik, laino guztien gainetik” (por debajo de todas las zarzas, por
encima de todas las nubes) y acaba dolorido y arañado, se repite en diversas
leyendas de Euskal Herria.
Las brujas también pueden trasladarse de
un lado para otro bajo la forma de un animal, como el carnero o el gato, al que
siempre le falta una pata o la cola.
Barandiaran recoge la siguiente variante
de esta narración.
Un
arriero que viajaba mucho se hospedaba siempre en una posada de la localidad de
Salzedo, en Araba. Aunque él no lo sabía, la dueña de la posada era bruja y, al
saber que el arriero tenía un hijo, le preguntó:
—¿Qué
tal tu hijo?
El
arriero, orgulloso como estaba de su hijo, respondió:
—¡Ah!
Es muy guapo y fuerte, ¡se parece a su padre!
Aquella
misma noche, la bruja se trasladó a la casa del arriero y, sacando al niño de
la cuna, lo apaleó hasta dejarlo enfermo y en muy mal estado.
Al
regresar a su casa el arriero se encontró a su mujer desconsolada. El niño se
curó, pero el padre no relacionó en ningún momento a la posadera con lo
ocurrido.
Una y
otra vez el arriero volvía a la posada, y la posadera siempre le hacía la misma
pregunta:
—¿Qué
tal tu hijo?
Y, al
regresar a su casa, siempre se encontraba a su hijo muy grave, por lo que
empezó a sospechar que en todo aquello había un maleficio y que, tal vez, la
dueña de la posada tenía algo que ver en el asunto. Así pues, decidió
investigar por su cuenta.
La
siguiente vez que paró en la posada se quejó de lo cansado que estaba y simuló
que se quedaba profundamente dormido. Al llegar la medianoche la bruja sacó un
pote que contenía un ungüento mágico y se untó con él mientras decía:
—Por
encima de zarzas y matas, en media hora hasta la casa del arriero.
Y
desapareció.
El hombre
había estado atento durante todo el tiempo y, rápidamente, cogió el pote del
ungüento, pero se equivocó al decir la fórmula mágica y dijo:
—Por
entre zarzas y matas, en media hora hasta mi casa.
Llegó a su casa lleno de arañazos y moretones y se encontró
a la posadera dispuesta a pegar al niño. No lo pensó dos veces, cogió el asador
del hogar y le pegó un golpe en la cabeza. La bruja soltó un gran grito y
desapareció. El arriero dejó al niño en la cama y volvió a la posada, llegando
antes que la mujer y tumbándose al lado del fuego, como si hubiese estado
durmiendo todo el tiempo.
A la
mañana siguiente el arriero fue a despedirse de la posadera y la encontró en la
cama, con una venda en la cabeza.
—¿Qué
te pasa?—le preguntó haciéndose el tonto.
—Estoy
muy mal. Esta noche he tenido un sueño —le respondió la mujer—. He soñado que
un gigante me atacaba y me golpeaba en la cabeza.
El
hombre se rió.
—¡Qué
casualidad! —exclamó—. Yo también he tenido un sueño. He soñado que una bruja
pegaba a mi hijo y le he dado con un asador en la cabeza. La próxima vez que
sueñe algo parecido, le daré con un hacha.
Ni que
decir tiene que el niño nunca más recibió una paliza de la bruja, y que el
arriero no volvió a detenerse nunca más en aquella posada.
Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria