Son muchos los países en los que el
unicornio es protagonista de leyendas, pero en toda la Península Ibérica sólo
se conoce un unicornio, el que vagaba por el bosque de Betelu, en Nafarroa.
El unicornio es un animal mitológico que
tiene forma de caballo, es blanco, símbolo de la pureza, y sus ojos son azules.
De su frente sale un cuerno largo y afilado que posee un valor incalculable y
que puede contrarrestar todo tipo de venenos.
Sólo se puede cazar un unicornio
mediante una virgen, porque es la única persona que el animal permite que se le
acerque. De todos modos, el mágico animal muere si se le arranca el cuerno,
aunque no esté herido de muerte.
Gobernaba
en Nafarroa el rey Sancho el Magnánimo, quien había con seguido llevar la paz a
sus tierras, tras muchos años de peleas con los musulmanes que amenazaban las
fronteras del reino.
El rey
Sancho y su esposa doña Aldonza tenían dos hijas Violante y Guiomar. Las dos
eran hermosas, virtuosas y discretas siendo la primera morena y la segunda,
rubia. Todos los que las conocían las querían y respetaban, y ellas llenaban de
alegría la vejez de sus padres.
Una
tarde, llegó al castillo un caballero que se dirigía a tierras lejanas. Nada
más verse, el caballero y Guiomar se enamoraron perdidamente el uno del otro.
Al día siguiente, temprano por le mañana, el joven prosiguió su camino y nunca
más regresó, pues murió en la guerra. Guiomar se entristecía cada vez que
pensaba en él, aunque nada dejaba traslucir para no preocupar a los suyos, que la
creían totalmente feliz.
Pasaron
los años y doña Aldonza murió. El luto se apoderó del castillo y, sobre todo,
se introdujo en el corazón del rey Sancho de tal forma que empezó a morir de
dolor. Ni la atención de sus hijas ni los cuidados de sus servidores servían
para nada. Aquel hombre fuerte y corpulento se debilitaba día a día; únicamente
esperaba la muerte para ir a reunirse con su querida esposa.
Muchos
médicos y curanderos visitaron al rey, pero ninguno supo encontrar el remedio
para curar su enfermedad.
Un día
llegó al palacio un ermitaño que pidió ver al enfermo.
—Don
Sancho sanará —afirmó tras examinarlo con atención—. Sólo necesita beber un
brebaje que yo prepararé.
La
esperanza asomó a los rostros, y las princesas sonrieron, confiadas.
—Ahora
bien —prosiguió el ermitaño—; para que la medicina sea eficaz deberá de tomar
el brebaje en el cuerno de un unicornio.
Todos
se miraron consternados. ¡No había ningún cuerno de unicornio en el castillo!
El ermitaño, al comprobar el desconcierto que sus palabras habían causado,
habló de nuevo.
—¡No
está todo perdido! En el bosque de Betelu vive un unicornio. Es un animal
peligroso, y tan hermoso como difícil de capturar, pero se rinde ante una
doncella pura que nunca haya tenido penas de amor.
Todos
los ojos se volvieron hacia Violante y Guiomar. La hermana mayor se ofreció al
punto. ¡Ella iría en busca del animal!
Y, en
efecto, Violante se internó en el bosque de Betelu, decidida y con paso firme.
A los pocos minutos, escuchó a lo lejos el relincho del unicornio, y fue tal el
miedo que se apoderó de ella que salió corriendo y no paró de correr y de
llorar hasta llegar al castillo.
Don
Sancho seguía empeorando y estaba cada vez más débil. Guiomar tomó entonces la
decisión de ir ella misma en busca del mítico animal. Eligió a los mejores
ballesteros de su padre y fue al bosque. Todavía sufría penas de amor por aquel
caballero que un día conoció, y sabía que corría un grave peligro.
—Manteneos
atentos —dijo a los ballesteros— Disparad las saetas si veis que el unicornio
me ataca.
La joven
se internó en el bosque, seguida a distancia por los ballesteros, y se aproximó
al caballo, que se hallaba en un claro. El bello animal estaba comiendo las
hojas de los árboles, porque los unicornios no comen hierba, ya que saben que
los humanos desean arrancarles el cuerno, y nunca bajan la cabeza. Cuando
Guiomar alargó la mano para acariciarlo, el unicornio la acometió con furia,
atravesándole el cuerpo con el cuerno. Los ballesteros dispararon, pero ya era
tarde. Guiomar había muerto y los soldados llevaron su cadáver al castillo, y
también el cuerno del unicornio.
El rey
Sancho el Magnánimo sanó, pero no vivió mucho, pues la muerte de su hija le
partió el corazón y ya no hubo medicinas para curarlo.
Toti Martínez de Lezea.
LEYENDAS DE EUSKAL HERRIA