Esta leyenda trata de la lucha a muerte
entre un joven y un dragón que asolaba la región de Lapurdi en el siglo XIV.
En los relatos de Iparralde abundan las
leyendas de dragones. La historia de Gastón de Belzuntze es muy popular, y de
ella existen varias versiones. La presentada en aquí fue recogida por Agustín
Chaho, periodista, historiador y filólogo nacido en 1810 en Tardets (Zuberoa) y
amigo personal del vizconde Charles de Belzuntze, quien fue sequramente su
informador.
Hace
unos cuantos siglos, un gallo puso un huevo y lo escondió en un estercolero
cerca de Hirubi, en Lapurdi. Al cabo de siete años, de ese mismo huevo nació
una serpiente. Siete años después, la serpiente había crecido cien veces cien
su tamaño; tenía tres cabezas, a cual más espantosa, y por sus tres bocas
lanzaba sin cesar chorros de fuego. De su lomo salían dos alas que le permitían
sobrevolar toda la región, sembrando el terror entre los habitantes de las
orillas del río Errobi, también conocido como río Nive, y con las uñas de sus
enormes patas podía destrozar cualquier animal en pocos segundos.
Gastón
Armand era el nieto del alcalde de Baiona, Antoine de Belzuntze. Tenía 19 años
y ardía de impaciencia por correr una gran aventura que le hiciese merecedor de
las armas de sus antepasados y de que su retrato colgase en el salón del
castillo, al lado de todos los Belzuntze que habían llevado el nombre de la
familia en las gestas más importantes de la historia de Europa.
Un día
se extendió el rumor de que el dragón de Hirubi, del cual nada se sabía desde
hacía siete veces siete años, había salido de su cueva y estaba destruyendo
todo lo que encontraba en su camino, casas, campos y seres vivos.
Cientos
de personas se dirigieron a Baiona con ánimo de guarecerse dentro de sus
murallas, y el alcalde puso todos los medios a su alcance para hacer frente a
la bestia en caso de que se presentase allí.
Gastón
estaba muy excitado; iba de unos a otros haciendo preguntas. Quería saber cómo
era el monstruo, quién lo había visto, si era tan grande como decían, si echaba
fuego por la boca o sólo humo... Cuando hubo obtenido respuesta a todas sus
preguntas, fue a donde su abuelo.
—¡Señor!
¡Ésta es mi oportunidad! ¡Deja que vaya en busca del dragón y lo mate!
—¿Estás
loco? —replicó el abuelo— ¡Te quedarás aquí, como todo el mundo! ¡Sólo me falta
tener una preocupación más!
Gastón
calló, pero, decidido como estaba a luchar contra el monstruo, preparó sus
armas y algo de comida y, seguido por su escudero, salió del castillo durante
la noche y se dirigió a la guarida del dragón.
El
escudero temblaba de miedo mientras Gastón soñaba que arrastraba al dragón
hasta los muros de la ciudad, que su padre le recibía con lágrimas en los ojos
y le regalaba la espada de su tatarabuelo Txikon, presente en la jura del fuero
por Ricardo Corazón de León, que todo el mundo lo aclamaba... Un ruido
espantoso le hizo volver a la realidad.
Estaban
delante de la entrada de la cueva del dragón. El escudero dio media vuelta y
salió corriendo. Gastón, sin embargo, se acercó a la entrada y gritó con
fuerza:
—¿Estás
ahí?
Le
respondió un rugido todavía más fuerte que el anterior.
—Pues
si estás, ¡sal! ¡Aquí te espero!
AI
poco, el dragón salió de la cueva. Era tan enorme y amenazador que Gastón dio
unos pasos hacia atrás. Luego, reponiéndose, avanzó de nuevo hacia la fiera.
Durante
unos segundos los dos se observaron con atención: Gastón, tratando de medir la
potencia del animal, y éste, sorprendido por la presencia de un ser diminuto
que se atrevía a hacerle frente. El dragón no esperó mucho, lanzó un chorretón
de fuego por cada una de sus tres bocas y, poniéndose de pie sobre sus patas
traseras, se abalanzó sobre el joven. Gastón sujetó la lanza que llevaba en la
mano, la levantó por encima de su cabeza, esperó a que el monstruo estuviese
encima de él y se la clavó con todas sus fuerzas en el corazón. El dragón
detuvo su marcha, sus ojos expresaron algo parecido a la sorpresa, lanzó un
rugido que se escuchó en Baiona y se desplomó.
Gastón
no tuvo tiempo de retirarse. El dragón lo arrastró consigo y juntos rodaron por
la montaña abajó y fueron a caer en el Errobi.
El
señor de Belzuntze supo por el escudero que su nieto había ido a la guarida del
dragón, mandó apalear al escudero por no haberse quedado junto al muchacho y,
sin pérdida de tiempo, salió con unos cuantos hombres en su búsqueda. Hallaron
los dos cuerpos en el río. Ordenó que cortaran la cabeza del monstruo para
mostrarla por todas las poblaciones de Lapurdi, enterró a Gastón Armand con la
espada de su tatarabuelo Txikon y colgó su retrato en la galería de los antepasados,
famosos por su valor.
Desde
entonces, y en recuerdo de su hazaña, una serpiente de tres cabezas adorna el
escudo de la familia Belzuntze.
Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria