En Euskal Herria existen muchas
construcciones como puentes, casas, iglesias, castillos..., que, según la
leyenda, fueron construidas por brujas, lamias, gentiles, demonios, etc., a
petición de personas que las querían o las necesitaban con urgencia y que
ofrecían a cambio su alma.
La siguiente leyenda trata de este tema,
y fue recogida por Barandiaran, Azkue y otros investigadores. Sus protagonistas
son los lamiñaku, seres asexuados, pequeños y feos.
Hace
mucho, mucho tiempo, el señor de Ligi, en Zuberoa, ordenó construir un puente
sobre un pequeño río que atraviesa la localidad. Los canteros
vascos tenían fama en el mundo entero por lo bien que trabajaban la piedra,
pero esta vez la construcción no fue ninguna maravilla y, antes incluso de
estar concluido, el puente se había derrumbado.
De
nuevo el señor lo ordenó construir, y una vez más se cayó.
No
sabiendo cómo solucionar el problema, el señor de Ligi llamó a los lamiñaku de
Lesarantzu y les pidió que construyeran el puente. Los lamiñaku aceptaron
encantados, pues era trabajo de su agrado, pero pusieron una condición.
—Construiremos
un puente que nunca se caerá, y lo haremos esta misma noche, antes de que cante
el gallo al amanecer, pero queremos tu alma como salario por nuestra labor.
—El
puente lo necesito urgentemente, y el alma... —pensó el señor de Ligi—. ¡Algo
se me ocurrirá antes de que acaben!
Aceptó
el trato, y los lamiñaku comenzaron el trabajo. Eran cientos y
cientos: unos tallaban las piedras, otros se las pasaban de mano en mano,
mientras decían:
—¡Toma,
Gilen! ¡Cógela, Gilen! ¡Dámela, Gilen! ¡Aquí estamos once mil Gilenes!
Y otros
iban colocando las piedras y formando el arco. No lo hacían desde los pilares
hacia el centro, como lo hacen los constructores de puentes, sino de un pilar
al otro, como lo hacen los lamiñaku.
Desde
la torre de su castillo, el señor de Ligi, un tanto preocupado, contemplaba el
avance del trabajo, pues iba más rápido de lo que él pensaba.
Los lamiñaku pasaron
toda la noche construyendo el puente. Siempre al mismo ritmo, siempre
repitiendo las mismas palabras:
—¡Toma,
Gilen! ¡Cógela, Gilen! ¡Dámela, Gilen! ¡Aquí estamos once mil Gilenes!
Finalmente,
sólo quedaba una piedra para colocar y acabar la obra.
—¡Toma,
Gilen! ¡Cógela, Gilen! ¡Es la última, Gilen!
Y en el
mismo momento en que iban a colocar la última piedra del puente, el señor de
Ligi prendió fuego a un montón de paja, y una gran llamarada alumbró el
gallinero. Un gallo joven, creyendo que el día lo había pillado dormido, se
despertó sobresaltado, y cantó batiendo las alas.
Al oír
el canto del gallo, los lamiñaku dejaron caer la piedra en el río
y, dando un gran grito, desaparecieron en la oscuridad mientras decían:
—¡Maldito
gallo! ¡Maldito gallo de marzo!
Desde
entonces falta una piedra en el puente de Ligi y, cuando el agua está tranquila
y transparente, puede verse un agujero en uno de los pilares y una gran piedra
roja en el fondo del río. Muchas veces han intentado sacarla de allí y colocarla
en su sitio, pero nadie, que se sepa, lo ha conseguido hasta ahora.