En el pueblo alavés de Caicedo se cuenta
que, en el mismo sitio donde se encuentra el lago, había hace tiempo un rico
caserío que se hundió en la tierra porque sus habitantes no quisieron socorrer
a una pobre mendiga.
En
Mendoza de Araba existe un barrio llamado Urrialdo que hace muchos años estaba
muy poblado, tenía numerosas casas y era un lugar próspero y rico. Un
día, sin embargo, ocurrió algo que angustió y acabó con la alegría de los
habitantes de Urrialdo. Una serpiente robó un huevo de gallina y lo empolló.
Llegado el momento, el huevo se rompió, y de él salió un basilisco. Tenía el
tamaño de un gato, su cabeza parecía la de un gallo con dientes, su cuerpo era
de serpiente, tenía unas alas llenas de espinas y su cola era larga y
puntiaguda como una lanza.
El
basilisco es el animal más terrible que existe, y sus armas son sus ojos y sus
dientes. La mirada del basilisco es mortal, hace que las plantas se marchiten,
que los árboles se sequen y que los pájaros caigan en pleno vuelo. La única
planta capaz de resistir su mirada es la “hierba de gracia” (boskoitza), que cura las heridas causadas por los dientes del basilisco. Y sólo
hay dos animales capaces de vencerlo: el gallo y la comadreja. El horrible
animal muere al oír el canto de un gallo o cuando la comadreja le da un
mordisco. Pero los habitantes de Urrialdo no lo sabían.
El
basilisco apareció un buen día en el pozo, sentado encima de un tronco que
flotaba en el agua. Las primeras en verlo fueron dos mujeres que se acercaron a
lavar la ropa.
—¿Qué
es eso que hay en medio del agua? —preguntó una.
—Pues...,
no sé... Yo diría que es un gallo... —respondió la otra.
—¿Un
gallo en medio del agua? ¿Dónde se ha visto algo igual?
En eso,
el basilisco clavó su mirada en ellas, y dos segundos más tarde estaban
muertas. El monstruo desapareció.
Nadie
podía explicar aquellas muertes, y el temor empezó a apoderarse de los
habitantes de Urrialdo cuando, al día siguiente, apareció un hombre muerto, y
luego otro, y otro...
Todas
las muertes tenían lugar cerca del pozo, pero nadie había visto nada raro, así
que decidieron mandar a un mozo para que vigilase. Aún no había amanecido y el
joven se subió a un árbol y esperó, oculto entre las ramas.
Cerca
del mediodía, vio un carruaje que se acercaba por el camino del pozo. Los
viajeros contemplaban el paisaje y hacían comentarios sobre las casas. En eso,
se fijaron en el lago y al instante, emergiendo entre las aguas, apareció el
basilisco. Su mirada se clavó en el carruaje y, antes de que el mozo que estaba
en el árbol pudiera darse cuenta de lo que ocurría, el vehículo y sus ocupantes
desaparecieron. Martín se quedó con la boca abierta del asombro, se frotó los
ojos creyendo que estaba soñando, miró de nuevo al lago..., pero el basilisco
había desaparecido.
Al
enterarse de lo ocurrido, todos los habitantes de Urrialdo comenzaron a temblar
de miedo. No sabían cómo luchar contra un ser tan poderoso y decidieron
marcharse del pueblo, porque lo más importante era seguir vivos. Sólo unos
pocos se atrevieron a quedarse allí.
Pero el
tiempo pasaba, las casas abandonadas iban cayéndose de viejas y los que habían
decidido quedarse eran cada día más pobres, porque tenían miedo a salir y
encontrarse con el basilisco, y tampoco se atrevían a utilizar el agua del
pozo. Los animales andaban sueltos, tratando de encontrar comida porque sus
dueños ya no se ocupaban de ellos. Cuando se acercaban al pozo para beber,
aparecía el basilisco y los mataba con la mirada.
Un día,
un viejo gallo al que casi ya no le quedaban plumas, se acercó al pozo. El
basilisco apareció y se lo quedó mirando, pero su mirada nada podía contra el
viejo gallo, que también lo miró, y así estuvieron durante un buen rato.
Creyendo el gallo que aquel otro había ido a quitarle el puesto de jefe en el
gallinero, cogió aire, hinchó el pecho y cantó tan fuerte como cuando era
joven.
El
basilisco se convirtió en estatua de piedra, se rompió en varios cachos y se
hundió en el agua.
Nunca
más se ha visto un basilisco en la región, pero los habitantes que se habían
marchado no regresaron, y el pueblo de Urrialdo no volvió a conocer la
prosperidad que una vez tuvo.