Según
una leyenda que se cuenta en Ezpeleta de Lapurdi, Atarrabi y otro hermano suyo
menor que adjuntamente con varios estudiantes más, fueron a estudiar a la cueva
de Txerren o de Etsai, el diablo. Acabados los estudios, Txerren les dijo que,
a cambio de sus enseñanzas, uno de los escolares debería de quedarse con él
para siempre. Lo echaron, pues, a suertes y le tocó al hermano de Atarrabi. Al
ver a su hermano pequeño tan triste y acongojado, Atarrabi se ofreció en su
lugar, y el diablo aceptó el cambio.
Txerren
le ordenó que pasase por un cedazo la harina de su enorme despensa, labor que
resultaba interminable porque la harina y el salvado pasaban por igual entre
las mallas del cedazo. El diablo preguntaba continuamente:
—¿Dónde
estás, Atarrabi?
Y
Atarrabi tenía que contestar:
—¡Aquí
estoy!
Atarrabi
decidió no continuar allí por más tiempo, y le enseñó al cedazo a decir “¡aquí
estoy!” cada vez que Txerren hacia la consabida pregunta y, aprovechando un
momento en el que el diablo estaba distraído, se encaminó hacia la salida de la
cueva andando hacia atrás, que es la única forma de poder salir de un antro
mágico, ¡no lo olvides!
Txerren
lo vio en el instante en que ponía un pie fuera de la caverna y se lanzó sobre
él para impedir que saliera, pero, ¡ya era tarde! Atarrabi estaba fuera de la
cueva y del poder del diablo. Su sombra, sin embargo, estaba todavía dentro, y
el diablo la atrapó.
Pasaron
los años, y Atarrabi se hizo cura. Seguía sin tener sombra, y ésta solamente
aparecía en el momento de la consagración durante la misa. Siendo ya muy viejo
y pensando en que, un día u otro, tendría que morir, Atarrabi le dijo al
sacristán:
—Tú
sabes bien que sólo tengo sombra en el momento de la consagración, y es necesario
que yo muera en ese preciso instante. Mañana, durante la misa, en cuanto
veas mi sombra junto a mí, me matas.
El
sacristán prometió que así lo haría, pero, llegado el momento, no tuvo ánimos.
—Mira,
no tiene por qué darte pena —le dijo Atarrabi—, pues si no me matas cuando
tenga sombra, moriré en cualquier otro momento y no podré salvarme porque
estaré en poder de Txerren para toda la eternidad.
Al día
siguiente estaba el sacristán dispuesto a propinar a Atarrabi el golpe fatal
cuando, de nuevo, le faltaron las fuerzas, y la sombra, pasada la consagración,
volvió a desaparecer.
—Has de
prometerme —le dijo Atarrabi con mucha tristeza en su voz— que mañana me
matarás. Luego dejarás mi cuerpo encima de una roca; si son cuervos los que se
lo llevan, me habré condenado; si, por el contrario, son palomas, me habré
salvado.
Por
tercera vez, el sacristán reunió todas sus fuerzas y, en el momento en que
apareció la sombra, golpeó la cabeza de Atarrabi con una barra de hierro y lo
mató en el acto. Puso luego el cadáver encima de una roca y vio que llegaba una
bandada de palomas y se llevaba el cuerpo hasta perderse de vista en la
lejanía. Así supo el sacristán que Atarrabi había escapado, por fin, de las
garras del diablo.
Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria